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Alguien que me quiera algo

Cristina Calderón encarna ese tipo de artista que se mueve entre diferentes medios y lenguajes de los que arrastra parte de sus especificidades para reconducirlos a otro territorio. Resulta problemático definir su trabajo. En él, objetos y esculturas, acciones y performances, vídeo y fotografía, se alimentan mutuamente. De otro lado, recursos procedentes de la publicidad y la moda, del teatro o del circo y la animación callejera, se entrelazan construyendo obras que serían difícilmente clasificables si esa fuera la intención. De la mezcla de todo ello elabora situaciones que se convierten en obras independientes pero con el nexo común de ser trabajos en proceso que funcionan como capítulos de un único proyecto.

De algún modo C.C. crea un espacio resbaladizo, establece un juego de confusiones que se deben ir sorteando para entender los objetivos últimos que persigue. Ha creado una marca cuyo nombre contiene un sentido ambivalente, que resultaría del todo chocante si no fuera porque el mundo de la moda ya nos tiene acostumbrados al abanico denominativo más extenso que se pueda imaginar.

Alguien que me quiera algo, con su temblorosa grafía compone su marca, y también su logotipo. A través de ella ha ido desarrollando durante los últimos tres años diferentes actuaciones bajo el epígrafe Mudarte, que integran una serie de peculiares objetos que son, en realidad, esculturas portables (que no es lo mismo que portátiles) destinadas a convertirse en vestuario o envoltura de quienes llevan a cabo las acciones y performances, y que en otros momentos adoptan la forma de una instalación. Para la confección de esta peculiar escultura-indumentaria que ella ha construido o diseñado, al igual que los objetos, utiliza un sólo material, grueso y esponjoso, de aspecto confortable, ligero, y a la vez cargado de sensualidad como es la guata, siempre de color blanco.

Los diferentes capítulos de Mudarte han sido llevados a diversos contextos. Desde el ámbito expositivo convencional, como es la sala de exposiciones (Casa de Velázquez) o el stand de una feria de grabado, a tiendas y escaparates en los que irrumpe como arte, o al espacio público, sea la calle o un paraje natural, más o menos concurrido. Sin embargo cuando ha utilizado el marco habitual de exhibición artística lo ha hecho de manera nada ortodoxa. En el primero de estos espacios tomó al asalto una de las habitaciones de los residentes para forrar cada uno de los muebles y accesorios con ese material, que tiene algo de etéreo, de ingrávido, trastocando de este modo el espacio y su uso. Las imágenes de aquella intervención muestran un lugar cuya escala y referencia a la realidad se ha disuelto, un territorio que parece sacado de una narración fantástica, que lo mismo puede pertenecer a un cuento infantil como a una pesadilla inquietante. Irreal y próximo a la vez. Esta misma intervención se repitió en el marco de la feria de arte Estampa componiendo un stand sorprendente. En la siguiente edición de este evento ferial su obra se desplegó por todo el recinto: actores de circo sobre zancos y monociclos, portando sus esculturas de guata, llevaron a cabo otro de los capítulos Mudarte, de la marca Alguien que me quiera algo. Los equilibristas se mezclaban con los visitantes de la feria, un público sorprendido que, de manera inopinada, entraba a formar parte de la acción, introduciendo modificaciones en el comportamiento de los actores que, por otro lado, no se encontraban sujetos a un guión férreamente establecido.

Antes, Mudarte había sido presentada en el contexto de un desfile de modas y en una tienda de ropa de diseño, en cuyo escaparate se mostraban los objetos de guata, y de la cual entraban y salían sus modelos/actores con la consabida vestimenta. Esos mismos personajes se han mezclado después con los atónitos bañistas de una playa (en aquella ocasión la performer llevaba todos los accesorios en guata, desde el bikini hasta las chanclas y la toalla), se han sumergido en las aguas de una piscina solitaria, han sorprendido a los paseantes de un paraje boscoso, han conducido los autos de choque de una feria y han entrado a formar parte de sus atracciones comportándose como un elemento entre apropiado y extraño en aquellos lugares diseñados para el ocio y la diversión.




Hasta aquí nos hemos acercado sólo a una parte de su trabajo. Si en primera instancia lo que crea son esas esculturas y objetos sobre los que giran acciones y performances, es a partir de esas actuaciones que vídeo y fotografía se materializan. Su tratamiento no es documental, Calderón no trata aquí de documentar la acción sino que todos los trabajos son planificados como obras independientes. Lo mismo que con las fotografías sucede cuando su herramienta es el vídeo; pueden corresponderse o no con las acciones desarrolladas. Unas y otros reciben un tratamiento diferenciado y específico aunque sus temas y contenidos, en la mayor parte de las ocasiones, hayan surgido en paralelo a las acciones. Así, cada uno de los capítulos de Mudarte ha generado elementos independientes. Pero lo que podría parecer una sucesión improvisada de materiales es el resultado de un planteamiento calculado metódica y milimétricamente; esos factores quedan subsumidos bajo una apariencia final de casualidad que se debe al énfasis con el que ella subraya los rasgos puramente lúdicos.

El juego está ahí, es una presencia deliberadamente buscada y una forma de entender su propio trabajo; pero también es el resultado de una actitud crítica e irónica respecto a muchos de los aspectos que forman parte del entramado del arte. Conceptos como gusto, moda, belleza, originalidad, obra única, obra múltiple; cuestiones como qué es y qué no es arte, dónde comienza y dónde acaba la relación entre cultura y espectáculo; preguntas que se relacionan con el papel del espectador y con las formas de presentación, distribución y comercialización de la obra de arte se solapan bajo esa apariencia inocente que tan bien cultiva esta artista.

Utilizando sus propias palabras: “La participación de Mudarte en una feria de grabado pretende cuestionar los márgenes definidos por los conceptos de reproducción y unicidad; la sistemática de la clasificación y numeración; y el espacio del recinto ferial, los diferentes aspectos de comercialización y difusión de la obra.” Su trabajo abarca el objeto, el espacio, el cuerpo, el color, y añade recursos de la moda, de la publicidad, del circo o del teatro, como ya hemos señalado, pero va un poco más allá. En ocasiones dinamita barreras que usualmente separan el proceso de realización y la presentación final, y lo ofrece al espectador. Si comentábamos más arriba que el visitante era asaltado por el factor sorpresa (incluso cuando pasea por una feria de arte) entrando a formar a veces parte involuntaria de la obra, también en aquella ocasión se le invitaba a compartir el proceso preliminar. Desde la preparación de los trajes a la peluquería y el maquillado de los actores, nada se le ocultaba de lo que iba a suceder y, en algunos casos, de aquello de lo que iba a formar parte.

Así, desde su habitual pasividad pasaba a compartir, e incluso alterar con su sola presencia, el desarrollo del trabajo. Su juego está cargado de intención y, además, contiene múltiples ramificaciones. No sólo altera las formas habituales de mostrar el arte, ya sea invitando a modelos profesionales a lucir su obra en una pasarela de moda, transformando a equilibristas sobre monociclos en portadores de sus esculturas, convirtiendo a actores en obras de arte que se desplazan por un paisaje o irrumpen en una playa concurrida o desplazándose ella misma entre atracciones de feria con sus esculturas-vestuario; no sólo trastoca el papel del espectador, obligándole a preguntarse sobre lo que sucede ante sus ojos, sino que incluso llega a colocar sus fotografías como fondo de nuevas acciones (¿objeto de arte o decoración?) desdoblando así un infinito juego de preguntas.

A Calderón también le interesa dotar a su obra de una dimensión de orden puramente perceptivo. Es ahí donde el juego, ya sin ironía y en su vertiente más exacta, se da cita con las sensaciones de la piel, con las resonancias sensoriales (y, por supuesto, culturales) que emanan de la utilización de una determinada materia y del color: Con muchas probabilidades en esa elección del blanco, consciente o inconscientemente, hayan intervenido algunos de estos motivos. Y, sobre todo, sabemos que el peso significativo de estas piezas sería muy otro, quién sabe si desplazado hacia el puro diseño. Textura y formas blancas son ahora algo intrigante, con tal posibilidad de asociaciones que las convierte en algo indefinido y misterioso. Materia algodonosa, de nube, que amenaza la disolución de las formas, como en la instalación Habitarte, donde mesa, sillas, estanterías y los diversos objetos que pueblan lo cotidiano se convierten en algo etéreo que de nuevo nos conduce a la imagen onírica, al territorio del sueño. Y, finalmente, nube era la pieza protagonista de Atarte, una intervención en la playa de Benicássim, dentro de una convocatoria de arte público donde Calderón optó por una propuesta nada impositiva que se integraba discretamente en el paisaje: una gran nube de helio que fue arrastrada mar adentro.

Calderón señala una y otra vez que los límites sólo están para trasgredirlos.



                                                                                                                  Alicia Murría, 2003.

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